Omar Adrián Serna Monsiváis
Abigail Yazmín Cruz Tenorio
Odette
Abisaí Coronado De Koster
Conciencia,
relegada al inconsciente del hombre, un bien humano a veces difícil de poder
reconocer. Se dice del ser humano que es el único ser vivo que puede
desarrollar una conciencia de sí mismo, que puede reconocerse como hombre e
identificarse con sus coexistentes. Un ser que puede reconocerse a sí mismo,
quizás sea el único ser que también pueda desarrollar un pensamiento egoísta
tal que le lleve a considerarse el centro del universo (local, cósmico,
mediato, inmediato…). El hombre, único ser inteligente de la naturaleza,
bendecido por el “hado divino” con la Razón (dudoso don).
Y
así, grande como él solo, inteligente como único, me pregunto… ¿Cuánto más se
necesita para que tome conciencia? A veces parecemos ir desplazándonos (si es
que el término aplica, no me atrevería a usar trascendiendo) con rumbo al
retroceso, si es que alguna vez hubo un auténtico avance.
Tantos
pseudo avances científicos en pro de la naturaleza y alternativas saludables no
serán efectivos nunca sin la adquisición de una conciencia externa y una
re-conceptualización de la posición del hombre en el universo (casi digo “su”
universo) sea llevada a cabo. En qué consiste ésta conceptualización; recordemos
un poco aquella pirámide de Hobbes en la que el tirano se encontraba en la
cúspide social, los reyes, los aristócratas y al último el oprimido pero en
ningún nivel vemos al hombre y su realidad como ser contingente en una naturaleza
que no conoce del todo.
Necesitamos
ver al hombre sin jerarquías, tal como existe, y empezar a reconocerlo como
parte del todo. Imaginémoslo en el ecosistema, bella imagen analógica del orden
cósmico, dibujemos en nuestra cabeza ese diagrama en el que no hay posiciones jerárquicas
sino una existencia conjunta y en red, una trama interconectada de seres –
entes que dependen unos de otros para sostener su espacio-temporal, su único
lapso de permanencia en el universo.
Hemos
puesto al hombre en la cima del mundo y solo ha hecho llover desde la cima el
oprobio y la podredumbre de su ambición desmedida; ha colocado la bandera de su
raza inecuánime que oprime por igual al hermano que al animal, al mineral y al
vegetal. Esa maravillosa máquina humana que elogió alguna vez Shakespeare en
boca de Hamlet ha revelado su gran poder destructivo.
Quizás
el primer paso para adquirir esa conciencia del colectivo sea adquirir una
conciencia individual que no se escinda del hecho de que no somos
autosuficientes, no somos únicos, ni siquiera somos necesarios (en un mundo
cuyo devenir no se explica del todo ¿necesarios para qué?) y entonces quizás
reconozcamos que el mundo, esa piedra flotante en el magno universo, es el
único que tenemos y nosotros somos una minúscula partícula ínfima en esa trama
celeste del universo.
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