domingo, 21 de abril de 2013


“La culpa es de la guerra”
Por:     Nallely López Ovalle
            Daniel Muñoz Chávez
            Fátima Aideé Salazar Hernández




Todos alzamos la voz para gritar “no” ante un conflicto bélico pero, una vez finalizada la guerra, el tema deja de hablarse, se olvida. En cambio, los lugares atacados sufren las consecuencias durante mucho tiempo después de restablecerse la paz. Los seres humanos y también el medio ambiente resultan heridos de forma muy grave. Pero el hombre, como único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, parece no aprender la lección o no recordar la historia. 

Muchas veces solemos olvidarnos que la peor forma de deterioro y contaminación del ambiente es la guerra. A menudo se callan sus efectos, en nombre de una política mal entendida. Debido a esto, es importante destacar de qué modo y hasta dónde, la actividad militar puede ser contaminante, tanto en la guerra declarada como en la preparación para la guerra. Con su violencia coreografiada, las fuerzas armadas destruyen grandes sectores del territorio que en un principio deberían proteger. Las tierras utilizadas para juegos bélicos tienden a sufrir una grave degradación. Las maniobras destruyen la vegetación natural, perturban el hábitat natural, erosionan y condensan el suelo, sedimentan corrientes y provocan inundaciones. Los radios de bombardeo convierten el terreno en un desierto lunar marcado de cráteres. Los campos de tiro para tanques y artillería contaminan el suelo y las aguas subterráneas con plomo y otros residuos tóxicos. La preparación para la guerra se parece a una política de tierra arrasada contra un enemigo imaginario. 

Producir, almacenar, reparar, transportar y descartar armas convencionales, químicas y nucleares genera enormes cantidades de efectos nocivos tanto para el ambiente como para la salud humana. Estos desechos incluyen combustibles, pinturas disolventes, metales pesados, pesticidas, ácidos y explosivos. 

Podemos ver varios tipos de efectos, como: 

· Efectos tras la destrucción de infraestructura. Entre estos se consideran la quema de pozos de petróleo, además de los derrames químicos o radiactivos desde fábricas o centros de almacenamiento bombardeados, la contaminación bacteriana del agua cuando se destruyen los sistemas de tratamiento de aguas servidas, y los terrenos inundados o desecados tras la destrucción de territorios.

· Efectos del impacto físico o químico en la capa superficial del suelo. Esta categoría incluye la erosión y la falta de regeneración después de la deforestación, el desplazamiento de arena causado por los daños a la superficie de las zonas desérticas, o la erosión de las playas tras la destrucción de los arrecifes de coral.

· Efectos de las sustancias químicas usadas por las fuerzas armadas. A menudo, el ejército no tiene las mismas restricciones que los civiles cuando se trata del uso de estas sustancias. En efecto, los tanques y artillería fabricados por los soviéticos usan fuertes químicos en sus sistemas hidráulicos, los aeroplanos en misiones de combate agregan a su combustibles que destruyen el ozono y las unidades marinas usan compuestos de estaño orgánico.

· Efectos de las armas mismas. Las balas comunes a menudo están hechas de plomo, los misiles antitanques contienen uranio y los explosivos están compuestos de nitrógeno orgánico, y a veces contienen mercurio. Más aún, las minas, bombas y granadas que no explotaron durante el combate a menudo hacen que haya áreas inaccesibles tantas para humanos como para animales de gran tamaño, hasta largo tiempo después de que termina una guerra.

· Efectos para la salud. Tras la exposición a materiales peligrosos, tales como la inhalación del humo que proviene de los campos petroleros o el polvo de uranio, causando asma y posiblemente cáncer al pulmón. 

La preocupación acerca de las consecuencias medioambientales de la guerra probablemente comenzó después del lanzamiento de las primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando nadie sabía cuánto duraría la contaminación radioactiva o qué medidas de limpieza debían tomarse. 

Hace sólo 58 años, el bombardero norteamericano Enola Gay dejó caer sobre Hiroshima (Japón) una bomba de uranio. Este ataque nuclear acabó, de forma absoluta, con todos los seres humanos, plantas y animales en dos kilómetros a la redonda del lugar de la explosión. Por el fuego y el calor producido murieron 150 mil personas en una ciudad con una población de 350 mil habitantes. Esta cantidad de víctimas no sirvió para que los norteamericanos lanzaran una segunda bomba para ratificar su dominio. Esta vez fue sobre la ciudad de Nagasaki (Japón). Sólo tres meses después lanzaron una bomba de plutonio matando a 250 mil personas. La ciudad entera ardió y las tormentas de fuego alcanzaron los sesenta kilómetros por hora. Los pocos supervivientes de Nagasaki, expuestos a lluvias radiactivas, sufrieron las consecuencias con el tiempo. Miles de niños y adultos perdieron la vista, otros sufren distintos tipos de cáncer debido al contacto con la radiación. 

Durante la Guerra Fría, los efectos ambientales de una confrontación nuclear generalizada se convirtieron en materia de pronósticos y especulaciones, ilustrados por el concepto del "invierno nuclear". Veinte años después (1965), Estados Unidos volvió a actuar, en esta ocasión sobre Vietnam. Experimentando con armas químicas y biológicas, el setenta por ciento de los poblados quedaron destruidos, diez millones de hectáreas de tierra inutilizadas, una quinta parte de los bosques del país demolidos y más de un tercio de los lagos de Vietnam del Sur desaparecieron. Alrededor de treinta años después, esta zona que anteriormente había sido muy rica en cuanto a vegetación, cuenta sólo con unos pocos arbustos. 

Antes de la primera Guerra del Golfo en 1991, se discutieron los posibles efectos sobre el clima mundial si Irak incendiaba los pozos petroleros kuwaitíes, lo que se convirtió posteriormente en la principal imagen del efecto ambiental de dicha guerra. La Guerra del Golfo nos demuestra como los conflictos armados demolen un país, a su población y a su entorno. Durante este ataque, el desierto sufrió daños muy graves, unos diez millones de metros cúbicos de petróleo fueron derramados sobre él. Según el Instituto de Investigación Científica de Kuwait, los vehículos militares y los movimientos de terreno, afectaron más de 900 kilómetros cuadrados de desierto. Como consecuencia, las dunas avanzaron. Además, los tanques, camiones y demás maquinaria pesada que se utilizó, traspasaron el suelo y asolaron la vegetación. 

Entre los efectos ambientales también se encuentran los efectos para la salud tras la exposición a materiales peligrosos, tales como la inhalación del humo que proviene de los campos petroleros o el polvo de uranio, causando asma y posiblemente cáncer al pulmón. A pesar de haber sido muy investigados, hay otros problemas de salud, como el "Síndrome de la Guerra del Golfo" que han sido más difíciles de asignar a una causa específica. Entre las explicaciones que se han dado están las combinaciones de pesticidas que llegan con la niebla a los campos militares, el tratamiento con un compuesto de bromuro, el uso de repelentes contra insectos, las vacunas y la exposición al uranio empobrecido. Se ha pensado que la exposición a los agentes químicos de uso militar tras la detonación de las municiones iraquíes en Khamisiyah puede ser una causa del síndrome. 

La contaminación que se produjo durante el conflicto del Golfo, afectó a las costas de Kuwait y a las de Arabia Saudí. En estas zonas se paralizó toda la actividad pesquera. Los últimos estudios realizados demuestran que algunas especies, como la gamba, parecen haberse recuperado, pero otras, como las tortugas, jamás volverán a los niveles anteriores a 1991. 

Al quemar los pozos petrolíferos, la comunidad científica dudaba de los posibles efectos que tendrían la gran cantidad de humo desprendida sobre las capas superiores de la atmósfera, si afectaría al cambio climático o si se producirían fenómenos como irrupción de violentas y continuas tormentas. Al poco tiempo, la temperatura subió varios grados y todavía no se han recuperado los niveles anteriores a la guerra. No se sabe si se recuperarán algún día. 

Cuando acabó el conflicto, más de 300 lagos de carburante cubrían 50 kilómetros cuadrados de arena y todavía se encuentran capas de petróleo a no demasiada profundidad. 

Si llega a producirse un ataque de gran magnitud contra Irak, la historia volverá a repetirse y el medio ambiente será una víctima más. Puede que vuelvan a llover cenizas sobre Bagdad, donde también puede no verse el sol en semanas, por el humo procedente de pozos petrolíferos en llamas. 

La Guerra del Golfo, que comenzó entre Estados Unidos y sus aliados contra Irak provocó uno de los mayores desastres ecológicos del siglo XX. Al iniciarse la guerra, se advirtió que el incendio de pozos petrolíferos podía provocar grandes nubes que afectaron amplias zonas. En Oriente Medio, se hicieron frecuentes las lluvias negras que mataron la vegetación y contaminaron las aguas. El derrame de petróleo sobre las aguas del golfo Pérsico. Se calculó que su magnitud fue entre 10 y 12 veces mayor que el desastre ocurrido un par de años antes frente a las costas de Alaska, cuando el petrolero Exxon Valdez, volcó al mar once millones de barriles de crudo. 

Pero lo peor aún, el siniestro del Golfo no fue un hecho accidental sino el resultado de la acción deliberada del hombre. La gigantesca capa de petróleo, que tenía una extensión de 50 kilómetros de largo por 11 de ancho, destruyó por asfixia a gran parte de la cadena alimentaria, desde los peces hasta las algas. Las zonas afectadas eran lugares de desove de gran cantidad de peces, crustáceos y mejillones. El petróleo contaminó a los arrecifes de coral con sus numerosas colonias de delfines, tortugas y focas. También afecto a millones de aves migratorias que llegaban a esa región desde el norte de Rusia, Siberia y Asia Central, y que suelen realizar una escala en su ruta migratoria en esas aguas. Otro problema fue la escasa profundidad de sus aguas,lo que determinó que la renovación de las mismas se produjera con lentitud. En esta zona, el mar es prácticamente cerrado y con escasas corrientes exteriores. 

Las elevadas temperaturas evaporo rápidamente el 30% del crudo que cubrían las aguas. Sin embargo, los componentes que permanecieron fueron los más pesados y peligros. 

En este contexto y teniendo en cuenta los efectos que la Guerra del Golfo de 1990 tuvo sobre el Medio Ambiente, la organización BirdLife ha presentado un informe a la ONU, al Consejo de Seguridad y a Bagdad en el que expone las principales amenazas que la Guerra representa para el entorno: 

  • Destrucción física y alteración de la fauna silvestre y hábitats naturales debido al uso de armas. 
  • Contaminación tóxica de la fauna y de los hábitats debido a los vertidos de petróleo y a la combustión de pozos de combustible. 
  • Contaminación radiológica, química o biotóxica por bombardeos y uso de armas de destrucción masiva. 
  • Destrucción física de fauna y hábitats debido al aumento de presión humana causada por los movimientos masivos de personas que huyen de la guerra. Cientos de miles de refugiados necesitan grandes cantidades de agua y leña, en un hábitat donde ambos recursos son escasos. 
  • Incendios en humedales. 
  • Aplastamiento mecánico de vehículos sobre el desierto, que puede resultar dañado por décadas. 
  • Extinción de especies endémicas. 

Estas guerras provocaron consecuencias ambientales muy profundas, tanto en los espacios naturales como en los urbanos. Inmensos ejércitos desplazándose por los ecosistemas del desierto provocaron daños enormes sobre los suelos, la vegetación natural y la fauna. La destrucción de las redes de abastecimiento de agua de las ciudades provocó epidemias a las que no se pudo hacer frente, ya que los sistemas de salud estaban desarticulados. 

La comunidad internacional se mostró consternada por la catástrofe ecológica que se cerró sobre el Golfo y condenó enérgicamente la acción de terrorismo ecológico. En vísperas de una nueva guerra entre los Estados Unidos e Irak, en las puertas del siglo XXI, tal vez deberíamos concientizarnos sobre las consecuencias en el ambiente, las ciudades y los humanos. Deberíamos salir a la calle para evitarla; quizá resulte doloroso asumir que una contienda armada todo fin justifica los medios, y esto no solo significa el menosprecio de la vida humana, sino también el del ambiente que la cobija.

22 de Abril , Un día antes o después no importa ... No haces nada para cambiar tus hábitos estúpidos de consumo. Hagamos que todos los días sea día de la tierra, pequeñas acciones hacen la diferencia...


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